por Joan Pau Inarejos
Esta es mi calle. No és estret i brut, ni fa olor de gent, ni tiene nom de poeta, como la calle que cantaba Serrat; más bien es un anodino y aseado pasaje metropolitano que, eso sí, siempre he visto como un amable remanso en el meollo de una ciudad con algo más de 80.000 almas. Como mucho, luce el carrer Torrefigueras un cierto aire multicultural: por él desfilan una mezquita, Omar Ibn El Khattab, y una modesta iglesia evangélica cuyo frontispicio reza ecos de telefilm bíblico: Rey de reyes. El resto de reclamos para el transeúnte se cuentan con los dedos de la mano: un centro de estética que eternamente invita a depilarse y el siempre ajetreado garaje de una panadería, que a altas horas de la madrugada ya exhala sus perfumes de trigo. En esto sí que coincido con Serrat: és un carrer qualsevol. Cierto. Pero más que por su trazado, mi calle vale por su horizonte. No se ve el mar, ni grandes montes, sino un humilde recorte en verde, que a veces hace soñar en una pequeña Arcadia a tiro de piedra.
Es esto que veis: el parque de la Muntanyeta, una colina antaño tapizada de pizarra gris y hoy olímpicamente rediseñada en rosa y hierro por Arata Isozaki. La entrada a este parque ha tenido siempre para mí aires iniciáticos: será porque la flanquea la Masia Torrefigueras, pequeño Partenón doméstico que también exhibe un lifting rosáceo por obra y gracia de una empresa municipal, o será porque siempre he subido allí cuando busco la compañía del aire y del silencio. Al fin y al cabo, con la ciudad a tus pies nada puede ser muy grave o acuciante, y, para qué negarlo: el skyline de Barcelona siempre pacifica el alma. Viendo las lejanas Torres Mapfre y el parpadeo de la aguja de Calatrava, pienso en la desolación que debían sentir los neoyorquinos al perder sus gemelos ejes del mundo.
joan pau inarejos
Igual que nuestros pensamientos más recurrentes, que nuestros sueños más repetitivos, que nuestras manías más tontas, lo queramos o no, la ciudad está llena de rutas que llevamos grabadas en el tuétano, esas que recorres con un GPS inconsciente, siempre por la misma acera y con el mismo paso. En mi caso, una de ellas empieza en esta vieja fuente, donde a veces peregrinan mujeres magrebíes para llenar garrafas y donde inicia su curso la sinuosa calle Jaume Primer, río descendente que siempre me ha llevado a puertas familiares. En el número 57 asoma una tienda de mimbres que supongo antiquísima, con un apacible druida de bigote blanco del que seguramente nunca sabré el nombre.
Y más abajo de Jaume Primer, otros sabores matéricos: los escalonados pisos de chocolate, que evocan la arquitectura comestible de los cuentos y sobre todo la concatenación familiar: allí han morado mi madre, mis abuelos, mi bisabuela, mis tíos, mis primos y varios perros casi consanguíneos, como el negro caniche Nit o la actual saltarina Tibi, que ha parido decenas de cachorros para mayor gloria de la dinastía canina. Tiene la categoría de una ley física: estoy convencido que en Jaume Primer siempre habrá perros.
Quizá penséis que es ridículo, pero guardo una ligera melancolía para las pequeñas cosas que ya no están. Por ejemplo, aquí, donde leéis OHL, había antes una hornacina al aire libre con una fuente: un diminuto testigo cóncavo de las arquitecturas del pasado, algo que por supuesto nadie catalogaría ni en un folleto de barrio, pero algo que yo siempre me detenía a mirar. Hoy, donde había esa hornacina, el reformismo municipal y los planes anticrisis han erigido pisos, una escuela de música y unos futuros cines. Lo peor es que ya no sé exactamente dónde estaba la capillita acuática. Las grúas lo remueven todo y confunden las geografías más íntimas.
Otra de las rutas inconscientes me lleva siempre de paso por la calle Lluís Pasqual Roca, donde se alza este poderoso edificio de la Cooperativa Agrària Santboiana. Sant Boi de Llobregat no es un pueblo turístico, desde luego. En su modesta medianía, no tiene la vulgaridad plomiza de otros municipios metropolitanos de cuyo nombre no quiero acordarme, pero tampoco alberga ninguna belleza especial. Los encantos más cercanos son el mar y la rocosa cripta Güell, ambos fuera de nuestras fronteras. Quizá por todo esto, los más mínimos síntomas estéticos que se detectan en una ciudad como esta enseguida hacen bullir la imaginación.
Así ocurre con la fortaleza agraria de aires noucentistas, y también con esta menuda casa de la calle La Plana, con un herido lomo multicolor que parece convertirla en hermana menor de la fastuosa Casa Batlló de Gaudí. No deja de ser curioso este añejo modernismo, que con un simple espolvoreo de cerámica y hierro puede vestir de novia cualquier fachada. Vedlo también en la cercana avenida Francesc Macià, donde un tablero de ladrillo y motivos florales rescata una farmacia del anonimato.
Hay gente que, cuando se aburre, dibuja caras, garabatos o bien estampa su firma. Yo dibujo la iglesia de Sant Baldiri. Si hay algún eje, alguna silueta, algún templo fundacional de mi infancia, sin duda es esta sobria y espléndida iglesia dieciochesca que domina el valle del Llobregat. Otras aldeas gesticularán con emperifollos neogóticos o coloristas, pero, como saben los conductores de la C-245, el templo santboiano, siempre omnipresente, desarma por su rotunda simplicidad. Ved el recorrido de su bello hastial sinuoso, y, sobre todo, el robusto campanario poligonal, sin joya ni corona, humildemente relegado a la derecha de la fachada. Dicen que es barroca, que tiene aires neoclásicos, que conserva restos románicos, pero yo me la aprendí mucho antes de estudiar los estilos, y por otra parte es bien sabido que la biografía personal tiene su propio orden histórico, de modo que en mi fuero interno, Sant Baldiri es simplemente la madre de todas las iglesias y más aún: la que anuncia que hemos llegado a casa.
Y no puedo cerrar esta particular geografía santboiana sin rendir un parco homenaje a los sitios de paso o de encuentro, eso que los sociólogos pedantes llaman los no lugares, donde, por convención o por azar misterioso, siempre te reúnes con los tuyos para partir hacia cualquier otro sitio. No creo que ningún santboiano le tenga un especial aprecio a La Farola, pero ahí está, como la Puerta de Alcalá, el siempre concurrido enclave entre Francesc Macià y la Plaça de Catalunya, viéndolos pasar a todos, jóvenes y viejos, bajo su rótulo ochentero que no hace sino señalar lo obvio. Ahí está la farola, tan vacía y aleatoria, donde podría haber un árbol o simplemente nada. Pero, si no estuviera, ¿dónde quedaríamos? No reparamos en la farola, como no reparamos en el suelo que pisamos o el aire que respiramos. Ella lo sabe y sonríe silenciosamente cada vez que me ve pasar.
Joan Pau Inarejos, 10 junio 2009.
6 comentarios:
Saludos.
Ufff. Piel de gallina, comañero. Bonito texto. Con sentido, sensibilidad y excelente estilo. Felicidades.
De un colega y vecino.
Ojalá tuviera tiempo de hacerte una contra-crónica sentimental. ?Sería chulo, verdad? Mismos rincones; otros ojos...
Sigue, por favor. Me ha encantado leerte.
Xavier D. G.
Pau, me has dejado de piedra. Hay que ver lo que pueden dar de sí unas simples imágenes de St Boi en tus manos. Me ha gustado muchísimo cómo has relatado cada fotografía y me siento muy identificada con tus descripciones.
Felicidades por tener esa facilidad al escribir y ese extenso vocabulario que es envidiable.
Yo te animo a que te dediques a escribir, porque se te da super bien.
Besitos.
Belén
Hola Joan.
Yo soy uno de los santboianos,que sí le tiene mucho aprecio a " la Farola".
De entrada este nombre no le viene de la farola actual, sino de otra que hubo hasta pricipios de los años 70.
Este lugar fue escenario de encuentros y de juegos infantiles junto con la plaza Catalunya.
En esta plaza de la Farola se celebraron en los años 50 verbenas por parte los vecinos( evidentemente con permiso de las autoridades).
Salut
Francesc M.
Hola Pau, he llegado a tu página buscando información sobre Sant Boi por una cosa de trabajo, pero me ha llamado la atención tu apellido. Es el de mi madre, es decir, mi segundo apellido, y no es frecuente, y menos sin hache. Por eso me ha despertado la curiosidad y te escribo. Tu familia es de La Mancha?
Por lo demás, preciosa descripción de tu calle y tu paisaje.
bel-2
Genial aquesta visió de Sant Boi!
Salutacions
Yo tambien llevo mucho tiempo en San Boi y me gusta escribir cosas, incluso publico fotos de nuestro pueblo.
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