07 junio 2009
'Los mundos de Coraline' o las cosas perdidas
per JOAN PAU INAREJOS
Nota: 8
Soñar fuera de los límites mentales de Disney siempre es un
mérito, y si además se hace con personalidad estética, como en el caso
presente, entonces es para descorchar el cava. Que nadie se engañe: 'Los mundos
de Coraline', reescritura moderna de la Alicia de Lewis Carroll, no es una
pieza de animación rompedora, ni vanguardista, ni deslumbra por su potencia
tecnovisual, ni desafía con un final abierto o apoteósico.
Más bien,
en su imperfección artesanal de stop-motion,
le retrotrae a uno a ciertas atmósferas de la infancia predigital: a los añejos
parques de atracciones, a los vapores de agua, al tren de la bruja, al cartón,
la linterna mágica y el papel pinocho. A las texturas que creíamos olvidadas y
que resurgen maravillosamente en escenas como el número de teatro de las srtas.
Spink y Forcible, viejas vedettes
venidas a menos que rivalizan con sus trajes de Venus y sirenas y que
desabrochan sus propios cuerpos fofos para que salgan volando las bailarinas
que llevan dentro. O en otras delicias visuales como ese padre jardinero que
cabalga entre las flores a lomos de una mantis mecánica.
Contrafiguras imaginarias, con aromas de Klee y de surrealismo circense, que
florecen en protesta contra el estrés y la desatención de los adultos, pero que
no se complacen -y eso es lo importante- en su ingenuidad escapista de bellos
colores.Al contrario: Henry Selick tiene el buen gusto de llevarnos a un tercer
estadio, donde la presunta Arcadia de Coraline, como todas las fantasías
especulares, acaba esombreciéndose: ved esa lucha freudiana, tan políticamente
incorrecta, entre la esquelética madre terrible y su atemorizada hija, que huye
por una inquietante telaraña metálica. O esa amenaza constante, verdadero
hallazgo iconográfico, de perder los ojos y tener en su lugar botones cosidos,
hasta ser tétricos muñecos de una falsa felicidad...
Luego vendrá 'Up' y los magos de Pixar a pegar un nuevo acelerón
asombroso a la animación digital y su fresco humor rítmico, pero los meandros de
Coraline, sus pliegues y sus metamorfosis constantes, merecen sin duda un
modesto lugar en el museo de las cosas "malas o perdidas".
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