La música es el arte 'puro' por antonomasia. Situándose más allá de las palabras, la música no dice nada y no tiene 'nada que decir'. Representa la forma más radical, la más absoluta, de la negación del mundo, y especialmente del mundo social, que efectúa toda forma de arte.
Las experiencias musicales están enraizadas en la experiencia corporal más primitiva. Sin duda no hay gustos -a excepción, quizá, de los gustos alimenticios- que estén tan profundamente soldados al cuerpo como los gustos musicales. La más 'mística', la más 'espiritual' de las artes quizá sea simplemente la más corporal. Esto es lo que hace tan difícil hablar de música de otra manera que no sea mediante adjetivos y exclamaciones. Cassirer decía que las palabras claves de la experiencia religiosa, maná, wakanda, orenda, son exclamaciones, es decir, experiencias de arrebato.
Y ello es lo que provoca que, como decía Le Rochefoucauld, 'nuestro amor propio sufra con mayor impaciencia la condena de nuestros gustos que la de nuestras opiniones'.
De hecho nuestros gustos nos expresan o nos traicionan más que nuestros juicios políticos, por ejemplo. Y sin duda no hay nada más duro de sufrir que los 'malos' gustos de los demás. La intolerancia estética presenta violencias terribles. Los gustos son inseparables de los dis-gustos. La aversión por los estilos de vida diferentes es, sin duda, una de las barreras entre clases más fuertes.
Lo que les resulta intolerable a los que tienen un gusto determinado, es decir, una determinada posición adquirida para 'diferenciar y apreciar', como dice Kant, es por encima de todo la mezcla de géneros, la confusión de los dominios. Quien mezcla lo que no debe mezclar comete verdaderos barbarismos rituales, transgresiones sacrílegas, mezclando lo que debe permanecer separado, lo sagrado y lo profano.
Pierre Bourdieu, Cuestiones de sociología, 156
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