24 mayo 2005

Drogas de primavera

Joan Pau Inarejos, mayo 2005

Vemos a Benedicto XVI cantando como un gorrión, con la Marylin al acrílico de Andy Warhol serpenteando por su mitra como una Eva reptil de Channel número 5. Vemos a su lado un espíritu diabólico: esbelto, femenino, sifilítico, ojos morados. Vemos su figura huesuda atravesando corales de LSD, y su mandorla de opio con los animales fríos y vanidosos que la acompañan. Que la adulan. Vemos cómo se acerca, vemos cómo la escena se transforma en un cuadro de Blake, con destellos de Botticelli y de todos los pintores fríos y libidinosos, andróginos y místicos, como Klimt.

El espectro se acerca a nosotros y nos rodea con su mandorla vaginal, con su paleta de colores placenta y sus semillas de sandía. Los gatos persas y los serafines lilas se arremolinan entre sus talones. La viviente se abre de poros y llama a la luna para que los ilumine con su luz de virgen muerta, de serpiente cascabelosa, con el color ancestroso y anfibio que rezuman las espaldas escamosas de los dioses y que hace tan plateadas las madrugadas aquí en el mar.

Antes de irnos vemos de reojo una chica febril que reza a la Venus de Botticelli para que la salve del hastío. Y la bendiga, con su polvo diamantino, como si fuera una madre mejillonosa, sin parto, la virgen consagrada a los mosaicos y a los laberintos uterinos, intocables y dolientes, que chirrían sin cesar en este fisgoneo primaveral de teselas rotas.


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