14 diciembre 2009
Y Bob Esponja seguía allí
JOAN PAU INAREJOS
Los niños siguen con atención las andanzas de este habitante
marino de textura doméstica, más cerca de Scotch-Brite que del National
Geographic
Hoy he pasado por la estación de metro de la Plaça de
Espanya, en Barcelona, y Bob Esponja seguía allí. Los mercados navideños, como
la Fira de la Puríssima de Sant Boi de Llobregat, han sido una buena ocasión
para comprobar la fama estratosférica que está alcanzando este parazoo de ojos
saltones nacido hace una década en la televisión por cable estadounidense. Hoy,
toda aglomeración infantil se celebra bajo el palio de centenares de globos
amarillos cuadrangulares, donde el bueno de Bob, enfundado en pantalones
cortos, muestra su vulgar anatomía agujereada.
De natural escéptico, pensé que todo esto no era más que
una moda estética pasajera. Pero no. Esta esponja ejerce una fascinación
indescriptible. El otro día mis primos pequeños estaban en casa, y un silencio
insondable se apoderó del hogar cuando Bob asomó por la ventana de la TDT. Los
pequeñuelos siguieron con atención circunspecta las andanzas de este habitante
marino de textura doméstica (más cerca de Scotch-Brite que del National
Geographic, por muy biológo que sea su autor) que corre, se estampa, baila y
sonríe con una hipervelocidad indolora y de bajo presupuesto. A las terminales
mediáticas les consta que la criatura está reventando audiencias y que Bob
Esponja ya es, con todos los honores, el primer héroe de la televisión digital
terrestre.
Ya vendrán los psicólogos y los semiólogos a invadir el
comedor con sus cuadernos de notas, que los niños los mirarán distraídamente,
por encima del hombro. A ellos les gusta Bob Esponja por lo mismo que millones
de adultos se pirran por el fútbol o los realitys; no por identificación, fervor o compromiso, sino por
un sentimiento pedestre de diversión que escapa a las encuestas y a la
voracidad analítica. Simple y absorbente como un rotulador.
Pienso en el chasco que se llevaría ese niño que, caminando
por el andén de la mano de sus padres, vio como la esponja se le escurría de
las manos y volaba hasta la bóveda del túnel, junto a las turbinas de
ventilación. El metro emitía las señales de cierre mientras mamá intentaba
calmar los ánimos: "Tranquilo, ya te compraremos otro".
Hoy, Bob seguía allí, proyectando la sombra de sus piernas
patizambas como un inquietante fantasma del suburbano. Puede que nadie haya
reparado en él, pero Bob observa imperturbable las marabuntas de pasajeros que
se van sucediendo a lo largo del día; no todo el mundo puede decir lo mismo, y quién sabe si el globo de la Plaça
de Espanya seguirá amorrado al techo, con su eufórica dentadura, el día en que la celebridad apoteósica de la esponja se
deshaga como polvo de estrellas.
JOAN PAU
INAREJOS, 14/12/2009
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