Pasqual Maragall
ENRIC JULIANA, LA VANGUARDIA, 29 OCTUBRE 2006
Hoy es el último domingo de Pasqual Maragall como presidente de la Generalitat. Es verdad que todavía faltan semanas para la proclamación de su sucesor - semanas que pueden ser inciertas y muy tensas-, pero hoy es su último domingo de navegación antes de llegar a puerto. El día de Difuntos - fecha escogida voluntariamente, con una ironía digna del escritor siciliano Leornardo Sciascia, famoso estas semanas por Los apuñaladores,un libro muy sugerente-, Maragall saldrá del limbo en el que se ha refugiado durante la campaña electoral y volverá a ser un hombre terrenal (¿lo ha sido alguna vez?) con dos títulos que ningún otro catalán ha logrado reunir en la cabecera de su biografía: ex presidente de la Generalitat y ex alcalde de Barcelona.
Maragall es una persona afortunada. Él mismo lo reconocía hace unas semanas en una entrevista, mientras mucha gente comenzaba a añorarlo con una expresión que ha hecho fortuna y que quizá se repita la noche electoral: una expresión que define bastante bien cómo somos los catalanes; contradictorios, católicos de poca misa, genoveses, castellanos en esbozo, clementes, por tanto, y anclados siempre entre el sarcasmo y el arrepentimiento: "¡Pobre Maragall!".
De pobre nada. Pasqual Maragall, que no se ha hecho rico con la política e incluso ha pasado por etapas de padecimiento económico, ha tenido la suerte de poder llevar a cabo dos proyectos biográficos de enorme potencia. Dos proyectos que pueden leerse políticamente como un único trayecto, pero que en realidad presentan notables diferencias de contenido, pese a estar engarzados en el tiempo por una férrea ambición que todavía hoy no es fácil de descifrar. Quedan preguntas sin responder sobre el presidente saliente. Por ejemplo: ¿ha sido Maragall más tozudo que valiente?
Los biógrafos deberán determinar en el futuro si hay o no una ruptura epistemológica entre el Maragall obsesionado en los años ochenta por la autonomía municipal de la Barcelona metropolitana y el Maragall que en el debate del Estatut difumina al máximo la supuesta frontera entre catalanismo y nacionalismo. Deberán examinar también, los atareados biógrafos, cómo evoluciona a lo largo de su carrera la cada vez más compleja relación con sus ayudantes: por qué gobierna Barcelona con un grupo de asesores de primera división norteamericana y emprende la dificilísima aventura de la Generalitat con un equipo escueto en el que prima la mirada agonística del clan familiar.
Maragall no es fácil de resumir. Hijo predilecto de su generación, la del fogonazo de 1968, la del estallido individualista que preanuncia el imperio del ordenador sobre la cadena de montaje, el presidente que se va es un moderno que ha vivido la política como un relato personal e intransferible. Ora genial, ora desesperante. Suyo.
ENRIC JULIANA, LA VANGUARDIA, 29 OCTUBRE 2006