22 marzo 2005

El deseo triangular


Si supiéramos analizar mejor nuestros amores, veríamos que con frecuencia las mujeres sólo nos gustan a causa del contrapeso de los hombres a los que tenemos que disputárselas, aunque suframos mortalmente por tener que hacerlo. Suprimido este contrapeso, decae el encanto de la mujer. Tenemos un ejemplo de ello en el hombre que, sintiendo debilitarse su gusto por la mujer que ama, aplica espontáneamente las reglas que ha descubierto y, para estar seguro de que no deja de amar a la mujer, la sitúa en un medio peligroso donde tiene que protegerla cada día.

Marcel Proust, La prisionera


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