23 diciembre 2010

'Bruc': Rambo de bolsillo en Montserrat

 
LA PELÍCULA EN LA MEJOR WEB DE CINE: LA BUTACA 
por JOAN PAU INAREJOS 
Nota: 5  

A falta de Vietnam, buenas son las rocosidades de Montserrat. Esta debió de ser la máxima de Daniel Benmayor para tirar de la leyenda catalana del Timbaler del Bruc y parir un Rambo de andar por casa, tan correcto, entretenido y exportable como automáticamente olvidable.

Juan José Ballesta, un Bola cada vez más rodado, es quien se mete en la piel del mítico héroe montserratino, que ahuyentó a las tropas napoleónicas con el sonido aterrador de su tambor telúrico. Pero más allá de los diálogos en francés y en catalán, los buscadores de épica Braveheartiana deben saber que cualquier atisbo histórico, político o patriótico queda  aquí perfectamente borrado por toneladas de típex comercial. (A lo sumo, el semblante aniñado de Ballesta podría evocar a Patufet, los Pastorets y todo el fértil folclore catalán sobre chiquillos trempats que se enfrentan a enemigos gigantescos o tremendas fuerzas del mal)

Mowgli, el Rambo guerrillero, el Último Mohicano y otros buenos salvajes del celuloide también bullen en el ADN de este pipolo que trepa por los bosques y las cimas de la montaña de la Moreneta, lo cual sería material perfecto para una parodia subversiva (¿qué tal un Titanic en el Delta de l'Ebre?) pero aquí, esquivando encomiablemente el ridículo y el cartón piedra, los creadores nos regalan un ritmo resultón, un diseño de producción más que notable y unas escenas de acción incluso dignas del Hollywood más diestro.

En sus livianos 97 minutos, 'Bruc' jamás aspira a profundizar lo más mínimo, y esa falta de pretensiones se agradece francamente: permite disfrutar un producto cien por cien comercial, donde ninguno de los tópicos falta a la cita, llámense estos villanos deformes, doncellas pasivas, buenos con siete vidas o finales de apoteósica restauración romántica. Y afloran dos certezas: 1) el Patronat de Montserrat estará encantado con el publirreportaje; y 2) cualquier suceso histórico o pseudohistórico es susceptible de convertirse en un cromo de simplones colores taquilleros, como demuestra a todas luces el Timbaler Superpop.

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