15 septiembre 2005

La muerte, esa superstición

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La ciencia, con su aproximación cada vez más misteriosa a la realidad, contribuye -a diferencia de otras épocas- a reencantar el mundo. La misma materia ha dejado de ser ese ‘asunto aburrido’ del que se quejaba Whitehead. La ciencia proporciona hoy las mejores metáforas, y ellas son bastante connaturales con la visión de los llamados ‘místicos’. Disecamos la realidad de acuerdo con los esquemas de nuestra lengua materna. Procede, pues, huir de la trampa del lenguaje convencional que inventa substancias allí donde sólo hay actos y relaciones. Ya he apuntado que, tal como enseña el neurólogo Peter W. Nathan, es lícito usar el adjetivo ‘mental’, pero no lo es tanto referirse al substantivo ‘mente’ - dicho de otro modo, es correcto afirmar que la percepción es un suceso mental, pero es erróneo inferir que la percepción ocurre en la mente-.

La mente, el alma, la substancia, el yo, todas esas entelequias son inventos de la gramática y sólo tienen utilidad funcional si nos sirven como trampolín para saltar más allá del yo, más allá de la mente y más allá de la sustancia, hacia ‘lo místico’, allí donde la infinitud diluye las separaciones. Allí - dicho sea de paso- donde la muerte es mera anécdota.

Salvador PÁNIKER, “Un nuevo humanismo”, suplemento ‘Culturas’ de ‘La Vanguardia’, 15-09-2005
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