DENIS DE ROUGEMONT
“Quieren llegar directamente al Amor por el amor, sin ningún intermediario; zozobrando entonces, como Ícaro cayó”
Es el dogma de la Encarnación lo que distingue radicalmente la mística ortodoxa de la herética. Es él quien da un sentido totalmente diferente a la palabra 'amor' en los dos casos. Los herejes cátaros oponen la Noche al Día como lo hace el Evangelio de Juan. Pero el Verbo del Día, para ellos, no se ha revestido de la forma de la Noche: no 'se ha hecho carne'. No quieren que el Día perfecto se comunique a nosotros a través de la vida. No creen en la humanidad de Cristo.
Quieren llegar directamente al Amor por el amor, y de la Noche al Día sin ningún intermediario. Zozobrando entonces, como Ícaro cayó. El que quiera llegar a Dios sin pasar por Cristo, que es el 'camino', ése va hacia el Diablo, decía enérgicamente Lutero.
Ignoran que la Noche es la Cólera de Dios, y no la obra de un oscuro demiurgo. Y de ahí que la confusión entre el Eros divinizante y el Eros preso del instinto fuera fatal. De ahí que la pasión 'entusiasta', a joy d'amor de los trovadores, debía fatalmente desembocar en la pasión humana desgraciada.
Ese amor imposible dejaba en el corazón de los hombres una quemadura inolvidable, un ardor verdaderamente devorador, una sed que sólo la muerte podía extinguir. Fue la 'tortura de amor' lo que se pusieron a amar por sí misma. La pasión de los 'perfectos' quería la muerte divinizante. La sed que deja en el corazón de los hombres sin fe, pero trastornados por su ardiente poesía, buscará ya sólo en la muerte la suprema sensación.
La superación, a partir de ese momento, ya no es sino exaltación del narcisismo. Ya no se dirige a la 'liberación' de los sentidos sino a la dolorosa 'intensidad' del sentimiento. Intoxicación por el espíritu. La historia de la pasión de amor, en todas las grandes literaturas, desde el siglo XIII hasta nuestros días, es la historia de la degradación del mito cortés en la vida 'profanada'. Es el relato de las tentativas cada vez más desesperadas que hace Eros para reemplazar la trascendencia mística por una intensidad emocional.
Pero, grandilocuentes o quejosas, las figuras del discurso apasionado, los 'colores' de su retórica, no serán nunca sino exaltaciones de un crepúsculo, promesas de gloria jamás cumplidas...
DENIS DE ROUGEMONT, El amor y occidente, 176 / foto: 'Ofelia' de John Everett MILLAIS