27 febrero 2012

‘El viaje de Chihiro’ (2001): la Alicia de Carroll habla japonés y nos deja mudos


LA PELÍCULA EN LA MEJOR WEB DE CINE: LABUTACA
por JOAN PAU INAREJOS
Nota: 10
Este año se cumple una década del triunfo en los Oscar de ‘El viaje de Chihiro’ y algunos habíamos cometido la insensatez de no verla. Hay que dar las gracias al canal temático Súper 3, que, en un gesto loable, le ha dedicado más de dos horas seguidas de su programación, sin publicidad alguna que pueda distraernos de esta odisea maravillosa.

Lo que nos propone Hayao Miyazaki no es fácil de describir con palabras (afortunadamente). Digamos que el genio de la animación se saca de la chistera una ‘Alicia en el país de las maravillas’ a lo grande y en japonés, relatando el viaje iniciático de una niña llamada Chihiro. Y donde allí había madrigueras de conejos y puertas inquietantes, aquí hay un largo túnel y un parque temático en ruinas, que se convierte en inopinado lecho de un mundo durmiente de fantasía.

Al escapar de la mano de sus padres, la rebelde protagonista infantil emprenderá sin quererlo una expedición en busca de su propia personalidad y huelga decir que el mismísimo Carl Jung hubiera dado un millón de francos suizos por verlo (no en vano fue el descubridor del sueño como hábitat de las simientes de la identidad del hombre, más que de sus traumas o subproductos). Este Wonderland nipón, aún más rico, prodigioso e irónico que los mundos descritos por el reverendo Carroll, exhibe una geografía onírica deslumbrante. Ahí está ese castillo en medio del mar, esas súbitas transformaciones del paisaje, esas arquitecturas y maquinarias laberínticas, brillantemente detalladas, con ascensores que suben sin término o trenes melancólicos que surcan el mar, esa microfauna de los espíritus del polvo y las minúsculas aves de papel, o esos seres zoomórficos que menudean por puentes, baños y subterráneos. El papel de la Reina de Corazones corresponde a la hechicera Yubaba, una bruja macrocéfala encerrada en sus complejos maternales con un bebé gigantesco (todo un hallazgo el escenario de esa habitación de juguetes hipertrofiados), mientras que Haku, el enigmático joven-dragón, hará las veces de aliado secreto de Chihiro.

Miyazaki viste su fábula con un dibujo de belleza cautivadora, un colorido sedoso y grácil, imbuido de amor a la naturaleza, a sus texturas y a sus crueldades animales (esos cerdos castigados), a todas luces más deudor de las fuentes sintoístas y mitológicas que de la animación occidental, tan cargada de complejos infantiloides y políticamente correctos. Del circuito neuronal hollywoodiense jamás hubiera salido esta joya. ¿Quizá por eso unos académicos deslumbrados le concedieron la estatuilla?

Ojalá pudieramos aquilatar en estas pocas líneas las incontables escenas antológicas que jalonan el viaje de Miyazaki, como la visita del monstruo baboso a la gran bañera, el espíritu sin rostro que ofrece pepitas de oro para zamparse al personal, la purga emocional de una Chihiro llorosa mientras come arroz, o esa inolvidable caída a pleno vuelo, donde escuchamos un diálogo extremadamente íntimo y poético: “Yo soy el río donde caíste de pequeña y perdiste el zapato”. Crucé todo un mundo por encontrarte.

25 febrero 2012

22 febrero 2012

Delacroix: los momentos silenciosos del pintor que inspiró a Coldplay


Delacroix (1798-1863). CaixaForum Barcelona 
por JOAN PAU INAREJOS
Desde 2008, Eugène Delacroix ha dejado de ser el pintor de ‘La libertad guiando al pueblo’ para convertirse para muchos en “el de la portada del disco de Coldplay”. Lo sentimos por los custodios del Romanticismo, pero, a efectos de la actualidad digital, aquella heroica personificación de la Revolución Francesa –más bien despechugada- convive ahora con su réplica tuneada, con el ‘Viva la vida’ como nuevo e invasivo título, brochazo blanco mediante.

Sin duda, el pintor francés nos legó grandes escenas monumentales, que, efectivamente, y como bien señalan los catálogos, ya forman parte de nuestra cultura visual. Tanto más, se podría añadir, en estos tiempos en los que un motín estudiantil a la vuelta de la esquina o una insurrección en la otra orilla del Mediterráneo desatan automáticamente la guerrilla iconográfica, con el consiguiente saqueo ardoroso de nuestra memoria visual, ese macroarchivo cada vez más democrático y desregulado.

Pero no hablaremos hoy de las Libertades escotadas de Delacroix, ni de sus dorados fumaderos orientales, ni de sus conmovidos homenajes a una Grecia en ruinas –otra imagen perfectamente pirateable para los tiempos presentes-, sino de algunas obras más desinteresadas y apacibles, alejadas del mundanal ruido de las revoluciones ochocentistas, una cara B del maestro que podemos descubrir gracias a la exposición en el CaixaForum de Barcelona.

Una de esas escenas silentes es el ‘Joven tigre jugando con su madre’ (Jeune tigre jouant avec sa mère, 1830). Los dos felinos, quizá descansando de las cazas barrocas pintadas enérgicamente por el propio Delacroix, simplemente yacen bajo un claroscuro vespertino. Con pinceladas gruesas y brillantes, el rostro de la madre se nos muestra absorto y majestuoso, mientras el de su joven vástago apenas está bosquejado en la sombra, donde se distrae con juegos y volteretas.

Otro Delacroix lúdico se manifiesta en una tela insólita, de formato reducido: ‘Estudio de trajes suliotas y de figuras goyescas’ (Étude de costumes souliotes et de figures goyesques, 1822). Mucho antes del surrealismo lírico, de Klee y de Chagall, el envarado pintor histórico nos asombra con este vuelo de texturas, objetos fragmentados y escalas imposibles, donde un chulapo y una maja hormiguean entre un magma cuasi abstracto, de nuevo con pinceladas voladoras e inacabadas. Alguien en la exposición comentaba que muchos bocetos o estudios preliminares suelen ser más bellos, modernos y cautivadores que las obras concluídas y barnizadas. Y no seremos nosotros quienes lo contradigamos. El tigre joven parece más feliz que su madre.

21 febrero 2012

Verds i als núvols?


JOAN PAU INAREJOS
  
"És el moment per estar al núvol i ser verd”. Ho ha tuitejat l’alcalde de Barcelona, Xavier Trias, citant un eslògan del seu homòleg de Vitòria, Javier Maroto. I m’he imaginat una padrina Teresina qualsevol, amb banda ampla i el gosset a la falda, fent un bot a la cadira, o si més no una ganyota d’inquietud. Hem d’estar als núvols i ser verds? Caram, com ha canviat el conte. Això abans serien maneres de definir el jovent eixelebrat, que no hi ha manera de redreçar-los i són, efectivament, uns cap-verds, a la lluna de València, encantats, badocs, palplantats i tot aquest vocabulari del català tan fèrtil quan es posa a malparlar de la mandra. Els nostres laboriosos predecessors no estimaven gaire les excursions al firmament i ni molt menys les connotacions obscenes i tuberculoses d’autoproclamar-se una persona verda. On vas a parar!

Però abans que la padrina comenci a veure-hi els senyals inconfusibles d’una crisi moral, o pitjor, un retorn dels hippies, li hem d’explicar que això del núvol és una metàfora. Veurà. Ara resulta que ja no hem d’emmagatzemar els nostres arxius al disc dur, sinó confiar-ho a una estranya instància superior, un dipòsit virtual que en diuen Cloud Computing (informàtica al núvol), amb què ens podem alliberar de cables, processadors estressats i tota aquesta enutjosa materialitat del hardware. Bill Gates va comprar el concepte finestra i sembla que ara els hereus de Steve Jobs volen fer el mateix amb la humil silueta del núvol, fins ara de poca cotització mediàtica més enllà dels mapes meteorològics de la tardor.

I verds? Sí, dona. Pensi que el gris metall i el negre quitrà han passat a millor vida en l’estètica del progrés, i ara no hi ha cap pla urbanístic ni cap nova infrastructura que no demani perdó a la natura en forma d’àrees ajardinades o estudis d’impacte ambiental (o sigui, agressions negociades amb la víctima). Fins i tot hi ha marques publicitàries que ens emplacen a pensar en verd, així que no hi vegi cap mala fe ni cap poca-soltada: són coses del llenguatge, que va fent batzegades sense avisar ningú. #padrinanosamoïni

21 febrer 2012

20 febrero 2012

'Shame': cárnicas Brandon

LA PELÍCULA EN LA MEJOR WEB DE CINE: LABUTACA
por JOAN PAU INAREJOS
Nota: 7,5
Los que trabajan con la carne terminan aborreciéndola. Lo saben los carniceros, hastiados de cortar chuletones y manipular lomos ensangrentados. Y lo saben dramáticamente quienes comercian con la carne humana, ya sea para ganarse la vida o para saciar una dependencia que teníamos asociada a cuatro yuppies y a Michael Douglas: la adicción al sexo.

Poca broma. Nada más lejos de la ironía playboy, nada más separado de la risita de oficina o de la mirada complaciente. En este Hollywood tan propenso a pagar fortunas por planos de tetas y culos, resulta que han hecho uno de los retratos más siniestros de la sexualidad cuando ésta es una bestia devoradora de la psique y de la propia identidad. Véase a Brandon, un atractivo ejecutivo, amable y resultón, que deja de ser él cuando entorna esos ojos trastornados (penetrante Michael Fassbender, y perdón por el epíteto) y se lanza en brazos de su obsesión orgásmica con todo tipo de parteneres, empíricos o virtuales.

En un modo extremo, ‘Shame’ da cuenta de los efectos que puede tener la privatización absoluta de lo erótico. El apartamento de Brandon se convierte en un búnker del placer, perfectamente rutinizado y autosuficiente, con todo bajo su control salvo una cosa: que llegue el Otro para desmontar el invento. Ese prójimo candoroso, ese inesperado visitante que no es objeto sino palpitante sujeto con quien convivir, irrumpirá con las facciones de su hermana Sissy (Carey Mulligan), con una mochila de desarreglos emocionales que pesará demasiado en el iglú narcisista de Brandon, súbitamente perturbado.

Como era de prever, el choque entre los dos neuróticos hará saltar chispas, y el drama irá aflorando fatalmente sin menoscabo de una lánguida elegancia formal. El director Steve McQueen nos deja largos planos de brillante profesionalidad y tersura, desde esa cama deshecha donde aparece el título de la película hasta el dilatadísimo travelling por Nueva York, siguiendo la carrera nocturna del hombre que huye de sus fantasmas, sin pasar por alto la tristísima interpretación del New York de Sinatra o el orgasmo más deprimente que se ha filmado en tiempo real. A este descenso a los infiernos sexuales sólo le hubiéramos pedido algo más de ritmo narrativo, que pasaran más cosas antes de un final excesivamente rendido y deshilachado. Sea como sea, una cosa está clara: películas como esta no harán subir la natalidad.

15 febrero 2012

‘Infiltrados’ (2006): a mayor gloria del barroco policiaco


LA PELÍCULA EN LA MEJOR WEB DE CINE: LABUTACA
por JOAN PAU INAREJOS
Nota: 7,5
Después de ser un psicópata de tomo y lomo (‘El resplandor’), un payaso monstruoso (‘Batman’) o un vecino obsesivo (‘Mejor… imposible’), Jack Nicholson pedía a gritos un mafioso como la copa de un pino, almenos tan icónico y memorable como el Padrino en el historial de Marlon Brando. Seguramente el resultado quedó por debajo de las expectativas, porque Vito es mucho Vito, pero no obsta para que el histriónico Frank Costello, tan pasado de vueltas como se quiera, sea un de los principales reclamos de ‘Infiltrados’, el poderoso thriller de Martin Scorsese.

Es una suerte que el director de ‘Taxi driver’ haya envejecido tan bien, a diferencia de otros compañeros de generación perdidos en el plagio a si mismos y no miro a nadie (pongamos que hablo de Spielberg o de Woody Allen). Poco antes de la maravilla paranoica de ‘Shutter Island’, Scorsese agarró al abuelo Nicholson y lo enfrentó a dos de los treintañeros mejor ascendidos del mundo Superpop –Matt Damon y Leonardo DiCaprio- para rodar una vibrante historia de espionaje recíproco entre la policía de Massachussets y el crimen organizado.

Aunque a nuestro modesto juicio le sobra media hora y le falta espesura de personajes, el relato de los dos jóvenes infiltrados tiene un ritmo irresistible y consigue secuestrar nuestra atención expectante por los sucesivos meandros del guion, con identidades que deben fingirse y supervivencias que dependen de la caza del otro. Una fenomenal partida de ajedrez, con momentos chispeantes como el diálogo entre Mark Wahlberg –más prepotente que nunca- y un trémulo DiCaprio, o la magistral secuencia en el edificio abandonado, donde a Martin Sheen le aguarda un destino drástico, rotundamente filmado. Sin olvidar la tercera mano del capo Costello, esa que empuña como quien no quiere la cosa para amedrentar a su pupilo en pleno desayuno: a su lado, la mano con vida propia de la ‘Familia Adams’ es una mascota entrañable.

“Tú podrás ser el primero en volver al Titanic”





Hacía tiempo que no se escuchaba una cuña publicitaria tan inquietante. Sonó el otro día en Los 40 Principales, como promoción de un sorteo para ir a ver gratis la remasterización en 3D del superéxito catastrofista de James Cameron, allá por un desgraciado 1997. Desde luego, sólo la magia del cine –si es que sigue existiendo tal entelequia romántica- es capaz de utililizar metáforas tan tétricas sin morir en el intento, rodeándose del amable cinturón sanitario de la ficción. La llamada a subir al Titanic, meditada dos veces en el fuero interno y salvando las históricas distancias, producía un efecto similar a los anuncios de “La semana del crucero” mientras el Costa Concordia se hundía en las aguas del Tirreno. Una mezcla sucia de marketing y verdad. Un incesto de realidad y ficción.

No seremos nosotros quienes agüemos la fiesta amoral de la publicidad, ni queremos imaginar cómo se promocionarían siguiendo esta línea las versiones en 3D de clásicos como ‘Viven’ o ‘La lista de Schindler’ (“Sé el primero en volver a Auschwitz”, eso vive Woody Allen que ya serían palabras mayores). Quizá, y por volver a citar al neyorquino, igual que “la comedia es tragedia más tiempo”, también el tuneo publicitario podría ser el síntoma saludable de que hemos perdido el miedo a nuestros fantasmas pretéritos y podemos mirarlos con gafas de cartón y palomitas en las manos. Pero hay otra explicación más temible, que acabo de barruntar al paso de unas aves que volaban bajo: los eslóganes, con su ligereza videoclipera, empiezan a prepararnos psicológicamente para el naufragio colectivo. No el de la sección de sucesos, sino el de las páginas de economía. Ahí le he dado.

JOAN PAU INAREJOS

12 febrero 2012

'Declaración de guerra': sin tregua contra los tópicos


LA PELÍCULA EN LA MEJOR WEB DE CINE: LABUTACA
por JOAN PAU INAREJOS
Nota: 7
El estallido de la guerra de Irak da nombre a este drama familiar, nada bélico si no es en su ofensiva insobornable contra los tópicos y los eufemismos. Con el lejano telón de fondo de los bombardeos en Bagdad, la historia real sufrida por la directora y protagonista Valérie Donzelli y su compañero Jérémie Elkaïm lleva a la gran pantalla una de las más terribles vivencias posibles, la enfermedad de un niño que está empezando a vivir. Y lo hace con una frescura cuanto menos sorprendente.

Sobrevolando el melodrama como esas sillas de feria que aparecen en la película, ‘Declaración de guerra’ discurre como un cuento contemporáneo de aires documentales. Lo demuestran ya sus protagonistas, que se llaman Romeo y Julieta, pero son lo más opuesto a dos donceles míticos que se dan cita en los balcones a la luz de la luna. Comunes, desiguales, fumadores empedernidos, estos padres podrían ser cualquiera de nosotros, a diferencia de la mayoría de pobladores de la ficción cinematográfica, y la historia enfrenta sus vidas ordinarias a un suceso extraordinario: el pequeño Adam padece una grave dolencia cerebral.

Con un plantel de secundarios palpables como la miga del pan (mención especial para las abuelas lesbianas Brigitte Sy y Elina Löwensohn), asistiremos con el corazón en un puño al docudrama médico del bebé, desde que empieza a dar extraños síntomas hasta las desesperadas carreras por los hospitales de París y Marsella, donde lo dramático se trenza a veces con lo cómico: véase a la pediatra cogiendo por error el teléfono de juguete, o a los padres rezando divertidos para que el niño no les salga “ciego, sordo, marica, negro y votante del Frente Nacional”.

Donzelli huye por completo de cualquier pretenciosidad o repetición de vicios, como si no existiera el cine antes de esta modestísima película (muy propio que el bebé se llame Adán). Y huye físicamente, en una de las escenas más brillantes, cuando acaba de recibir el diagnóstico de su hijo y emprende una fuga desgarrada por los pasillos, con una cámara que se vuelve loca y una sorda música electrónica ilustrando su moderno grito de Munch. Poca banda sonora y excelentemente usada.

Una lástima que en el tramo final los sucesos se atropellen con una larguísima elipsis, que rompe esa con-vivencia en directo del espectador con los personajes, esa empatía que nos hace sentir cada acontecimiento como algo propio, y preguntándonos si tendríamos la misma fortaleza que Julieta, cuando Romeo le pregunta “¿Por qué a nosotros?” y ella le responde lacónicamente: “Porque somos capaces de superarlo”.

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08 febrero 2012

Un bebé en la Fundació Tàpies

por JOAN PAU INAREJOS

“Oi que t’agrada en Tàpies?”. Una anciana hablaba con un bebé llevado en cochecito, con quien se acababa de cruzar. Mirada algo atónita de los jóvenes padres, por la indiscreción de la dama con aspecto de viuda solitaria. “Ben segur que ell ens l’explicaria! Fa una cara… Guaita com se’ls mira, els quadres!”. Papá y mamá relajaron entonces el gesto y entraron al trapo de la amable fabulación, mientras la señora proseguía: “Almenys me’ls podria explicar a mi, que ja sóc vella… Tu acabes d’arribar, però jo ja me’n vaig, noi!”. El chiquillo apenas se sonreía desde su lecho acolchado.

Quién sabe si a Antoni Tàpies le hubiera complacido la comprensión clarividente de un niño de seis meses, frente al gesto fruncido de tantos adultos cargados de cánones y ataduras. En cualquier caso, aquella tarde la ola de frío había dado tregua a los visitantes del edificio de la calle Aragó de Barcelona, una coalición de estetas, curiosos y turistas mediáticos que coincidían para homenajear al artista a los dos días de su muerte. Funeral laico en el museo, mientras el cuerpo se incineraba en el crematorio de Collserola. Unas cenizas ausentes que  acaso serían evocadoras para un imposible cuadro póstumo del señor de la materia, como la prensa italiana ha tenido a bien recordarle.

Sobre una tribu de cabezas variopintas, con siluetas de rastas, de boinas y de cámaras de televisión, retumbaba la voz de un argentino. El joven fornido y moreno peroraba sobre el arte contemporáneo y los males de la televisión: “en las casas hay encendida mucha porquería”. Dos amigas japonesas leían en voz alta “velnís soble fusta” (sic), y era poco probable que supieran lo que estaban diciendo con su estridente gimnasia fonética, enfrentadas al cuadro de un cuerpo borroso y anaranjado. Algo más lejos, un señor contorsionaba la cabeza para leer unos recortes de prensa invertidos en un collage de gran formato. Eran páginas antiguas de La Vanguardia, con un titular entre tantos de fortuita actualidad: “Fórmula para volver a las vacas gordas” (al parecer alguien la tiene, y desde luego no está en el Fondo Monetario Internacional).

En el improvisado vecindario que poblaba los dos pisos del museo, cada cual se peleaba con los lienzos como podía. Los obsesos del significado buscaban violines y radios de galena en una nube de garabatos; había quien veía “momentos meditativos”, como el que escucha una sinfonía de Bach, mientras los más derrotados se confesaban escuetamente: “pues yo no veo nada”. Dos muchachas orillaron cualquier lectura y sencillamente sacaron el Iphone para fotografiarse junto a un pantalón putrefacto. ¡Que baje Amancio Ortega y lo vea! Y ya de paso, podría dar una ojeada a la vecina tienda de su filial Massimo Dutti, donde un grafitero espontáneo había escrito un sucinto “Antoni Tàpies 1923-2012”. ¿Lo borrarán, o será una pátina de prestigio para promocionar la colección otoño-invierno?

El fragor seguía en las salas de la pinacoteca, con flashes intermitentes, expedicionarios de la tienda de souvenirs que se interesaban por un recortable del ‘Núvol i cadira’ o una mujer ansiosa que parecía querer llevarse toda el alma de Tàpies en su Casio digital. Otro niño, éste ya en edad de caminar, parecía ajeno a todo el ajetreo y vagaba libremente con una sonrisa inmarcesible. Para él, el museo no es más que un espacio donde jugar y expandirse. El pequeñuelo se acercó a una mesa y de pronto saludó con la mano a los visitantes que hacían cola para firmar en el libro de condolencias.


JOAN PAU INAREJOS 8 FEBRERO 2012

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07 febrero 2012

Esto intentaba ser una defensa de Antoni Tàpies


por JOAN PAU INAREJOS
Lo confieso: tampoco yo sé admirar muchas de las obras de Tàpies. O mejor dicho, depende del día. Ignoro si también las sabría hacer mi hijo de cinco años en caso de tenerlo, como se dice por ahí, aunque es poco probable, porque hoy a los hijos ya no se les deja jugar con barro. El caso es que no puedo evitar una culposa sensación de estafa ante buena parte del arte plástico contemporáneo, que aparentemente ha renunciado a compartir códigos y a convertir el esfuerzo en gracia (como una pieza de ballet, como un guion de película) en favor de un encastillamiento marfileño, puramente intelectual, como quien se inventa un alfabeto para que cada cual lea lo que le da la gana, y al ‘Blanco sobre blanco’ de Malevich me remito.

Será por ignorancia atrevida, no digo yo que no, o porque me he criado en la generación de la estética televisiva y desechable, pero me siento un mal amante del arte moderno, y debo admitir con el corazón contrito que el otro día todavía notaba en la mejilla el pintalabios del mundo exterior zapeante mientras contemplaba ‘L’esperança del condemnat a mort’ en la retrospectiva de Miró, apenas un cabello trazado sobre una tela en blanco de gran formato, poco después de haberme quedado embobado con el realismo mágico de ‘La masia’. Oh oráculo del MOMA, si a veces me da por denunciar en seguridad que el emperador va desnudo, o por pensar que los museos de arte abstracto tienen síndrome de Diógenes y acumulan demasiado material que cabría estupendamente en un ligero pen drive, ¿seré un hereje o un reaccionario?

Quiza lo sea. Y sin embargo, esto pretendía ser una defensa de Antoni Tàpies.

Porque, aunque no sé si mi hijo de cinco años sabrá hacer lo que hacía Tàpies, sí sé que Tàpies habla al niño de cinco años que yo fui un día. Al que le gustaba pringarse y mojarse bajo la lluvia. Al que amoldaba y desmenuzaba la plastelina. Al que metía las zancas en la hojarasca. Google Imágenes apenas sabe atestiguarlo, pero los grandes murales matéricos de Tàpies, los que realmente me emocionan más allá de su caligrafía misteriosa de cruces y letras, llevan en su monumentalidad informe la belleza fea del barro y de la escarcha, de la paja y de la espuma, del vulgar petróleo y del ignoto polvo lunar. Y estos muros, en su desaliño sin pies ni cabeza, me han educado para ver la fotogenia en una pared desconchada, en un mosaico de carteles arrancados o en una espontánea aglomeración de cemento. 

No es nihilismo desesperanzado, sino un amoroso abrazo a lo físico como verdadero hogar último del alma; no su mera expresión exterior, como quiere el dualismo, sino su misma presencia entre nosotros, su intimidad palpitante. “Una herida es siempre una herida, se produzca en una madera, en la carne de un ser humano o en la vida afectiva” (Juan Eduardo Cirlot). O como dejó escrito el poeta José Ángel Valente al hablar de Tàpies: “el movimiento hacia el centro de la materia es también un movimiento hacia el centro de la interioridad”, la “piedra en la que 'duerme una imagen’” de Nietzsche.

Por supuesto que no hace falta ir hasta el Eixample de Barcelona para gozar de las materias. Están alrededor nuestro, en cualquier hierro oxidado y hasta en la crepitación rojiza de un sofrito. Pero Tàpies, con su humildad oriental, nos enseñó a verlas. Y el mejor artista no coloniza casas, sino que abre ventanas.

(Al final sí que ha parecido una defensa: mestre, no m’ho tinguis en compte i descansa en pau).

JOAN PAU INAREJOS 7 FEBRERO 2012
EN MEMORIA DE ANTONI TÀPIES (1923-2012)
IMÁGENES: COS DE MATÈRIA I TAQUES DE COLOR TARONJA (1968), MATÈRIA EN FORMA D'ANOU (1967) Y REPRODUCCIÓN DE LA FIRMA DEL ARTISTA


06 febrero 2012

‘Arrugas’: Don Quijote y Sancho en el geriátrico

LA PELÍCULA EN LA MEJOR WEB DE CINE: LABUTACA
por JOAN PAU INAREJOS
Nota: 7
Pues no, la arruga no es bella, sino una buena putada (con perdón). Da fe de ello el cómic de Paco Roca, adaptado por Ignacio Ferreras, al levantar sin tapujos las alfombras de una vejez tantas veces idealizada o guardada en la vitrina de las cosas que aún no nos competen. Muy lejos de complacencias, ‘Arrugas’ arranca ya con un buen sopapo, una brillante escena donde conocemos al anciano Emilio y su insoslayable soledad cerebral. Empieza a tener alzheimer.

Con una línea clara y esquemática pero muy atenta a los detalles realistas, seguiremos los pasos del espigado abuelo hasta las puertas de una residencia, donde el otrora deportista y orgulloso director de oficina deberá adaptarse a una nueva vida que le viene más bien pequeña. Ya no es Emilio, sino un viejo más, perplejo entre un rebaño de octogenarios que duermen ante el televisor encedido. Y toda vez que a este protagonista de la triste figura le faltaba su Sancho Panza, irrumpe entonces el pícaro Miguel, un argentino orondo con tendencia a tutear y hacer negocios con todo el personal de la residencia y aledaños.

El contraste entre los dos talantes y la amenaza fantasmal del piso de arriba, donde se trata a los enfermos más graves de alzheimer, desata entonces una comedia repleta de ironía, al ritmo flemático del tacataca y siempre con la sombra latente de la enfermedad y la muerte. Escenas como la terapia de grupo en la piscina, la abuela transmutada en una dama romántica imaginaria o los ancianos huyendo del confinamiento cual quinceañeros a la carrera, realizadas con sensibilidad y hábil dominio de las imágenes, ya las querrían para sí muchas dramedias en carne y hueso. Una vez más, los pinceles y los píxeles no son obstáculos para hablar de lo humano, y la animación demuestra lo mucho que tiene que decir cuando está al servicio de una buena historia, por modesta que sea, y no al revés.

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01 febrero 2012

‘300’ (2007): cuando los griegos rescataban Europa y no a la inversa


LA PELÍCULA EN LA MEJOR WEB DE CINE: LABUTACA
por JOAN PAU INAREJOS
Nota: 7
Últimamente se habla de medidas espartanas para combatir la crisis: austeridad, dureza, carácter expeditivo, parecen las virtudes que mayormente han orlado el paso por la historia de este pueblo griego. Y a la espera de que alguien descubra una raigambre helénica en el ADN de la férrea Angela Merkel (no me digan que no sería un acto de justicia poética para los machacados europeos del Egeo), el uso y abuso del epíteto se antoja la excusa perfecta para revisitar una de las últimas incursiones del cine en la ciudad-estado de los guerreros indomables.

Que ‘300’ es una borrachera estética se ha dicho hasta la saciedad y es rigurosamente cierto: Zack Snyder, el próximo resucitador de Superman, adapta la novela gráfica de Frank Miller con un brío asombroso, saturando cada plano con violentos claroscuros, cromatismos dorados y majestuosas ralentizaciones, alternadas con aceleraciones videocliperas. La batalla de las Termópilas entre espartanos y persas, que muchos recordamos como una borrosa línea en el libro de historia, apenas es un pretexto para bastir un grandioso ejercicio de barroco digital. Y a mucha honra.

Muchas son las filigranas y monstruosidades que aguardan al espectador de este péplum hiperpixelado, desde la apabullante lucha entre Leónidas y el lobo gigantesco (esa sombra de la bestia parda, frente al pequeño aprendiz de guerrero) hasta la no menos imponente muralla de cadáveres usada por los espartanos como trampa macabra, pasando por la hipnótica danza acuática del oráculo, o esos mares espesos y oscuros que contemplamos perplejos como si nos hubieran inyectado oro líquido en la retina...

Por supuesto, mención aparte para una de las parejas de antagonistas más pasadas de vueltas que se recuerdan: el tosco y barbudo Leónidas (Gerard Butler) frente a un rey Jerjes (Rodrigo Santoro) decididamente travesti e insinuante, confirmando la antiquísima convicción de que los habitantes de Oriente son unos sibaritas decadentes, más bien con pocos tapujos carnales, que se complacen al son de las flautas entre los almohadones de los fumaderos. Viva Esparta manque pierda.