31 julio 2010

'Splice': el experimento de juntar lo visionario y lo ridículo

 
LA PELÍCULA EN LA MEJOR WEB DE CINE: LA BUTACA
por JOAN PAU INAREJOS 

Nota: 6,5
Durante muchos años, los extraterrestres han sido las auténticas vedettes de la ciencia ficción. Estos seres venidos de otros planetas nos han interrogado sobre muchas cosas ('District nine'), han despertado nuestra curiosidad ('E.T.'), nuestra inquietud ('La guerra de los mundos'), y en ocasiones nos ha aterrado su presencia cercana y amenazante ('Alien'). Era una iconografía justa y necesaria cuando el gran reto pasaba por la carrera espacial y la gran puerta abierta de la ciencia era la posible vida foránea.

Pero mira tú por dónde, de un tiempo a esta parte nos inquietan más los microscopios que los telescopios. Quién nos lo iba a decir. También imaginábamos unos hogares asistidos por robots y resulta que la gran conquista tecnológica ha sido el ordenador y la conectividad. De un modo semejante, el prodigioso avance de la biogenética y la biotecnología ha obligado a revisar muchas narrativas: la mitología celeste de los alienígenas se va difuminando y emerge una nueva fantasía terrorífica: la creación de seres vivos en un laboratorio.

Mary Shelley ya nos dio cuenta con su Frankenstein de lo turbadora que puede ser la idea del hombre jugando a ser Dios. Pero la Criatura decimonónica, con sus costuras y sus tornillos, casi se nos antoja una mascota entrañable comparado con algo tan palpable y apremiante como la manipulación genética y sus hipotéticos subproductos, cuyo aliento ya notamos en el cogote (buf, qué miedo me estoy dando yo a mí mismo).

¿Pueden los clones y los mutantes genéticos ser las nuevas estrellas de la ciencia ficción? Así lo han olfateado el canadiense Vincenzo Natali y el mexicano Guillermo del Toro, uniendo sus neuronas y sus inquietudes digitales en 'Splice: experimento mortal', una película que fantasea con una criatura femenina medio humana, medio animal, concebida fortuitamente por la técnica del empalme (splice) de ADN.

Al bicho en cuestión hay que reconocerle capacidad intimidatoria: la aparición de 'Dren' en el laboratorio, como una nerviosa larva humanoide, provoca verdaderos escalofríos, y evoca las hazañas de otra larva ilustre, la cría de Alien, esa que salía encabronada tras romper la cáscara del huevo (brrr). 

Lo de  un engendro con rabo, facciones humanas y piernas articuladas hacia atrás no es algo que no podamos encontrar en los antiguos bestiarios o en los libros de "extraños y deformes", pero hay que reconocer que redibujado con la tecnología digital, con toda su carne palpitante y sus andares realistas, eso son palabras mayores (ocurrió también con los dinosaurios, conocidos durante siglos, que resucitaron gracias a las buenas artes de Steven Spielberg y compañía). Natali y Del Toro consiguen sus grandes bazas en el apartado visual, tanto con la criatura 'Dren' como con Ginger y Fred, dos criaturas informes y bulbosas, programadas para vivir una historia de amor, pero que colisionarán como dos enfurecidos leones marinos en una genial secuencia sangrienta, casi una perla de gore-ficción para descojonarse.

Hay una idea brillante, hay un diseño cautivador, pero a partir de aquí, 'Splice' naufraga. La pareja investigadora formada por Adrien Brody y Sarah Polley no convence lo más mínimo, el plantel de secundarios tiene tanta personalidad como un pez hervido, la puesta en escena de la historia da pena por su pereza e indigencia (contraviniendo la norma sagrada de la ciencia ficción: que todo parezca creíble en la pantalla por disparatado que sea sobre el papel), y en los diálogos, directamente, se echa en falta vida inteligente. Todo es chato y superficial, y, en este clima, cómo quieren que no nos desternillemos con ciertas escenas subidas de tono entre humanos y mutantes que aparecen ridículas y mecánicas (¿perdona querida, puedes desenroscar la cola?) donde habrían podido explotar -por ejemplo- el surrealismo erótico de los pintores mitológicos del siglo XIX, evocando un ambiguo y morboso acto sexual entre la Esfinge y Edipo.

Una lástima, porque 'Splice' planteaba una idea cinematográficamente visionaria (esta sí, no el pastiche virtual de 'Avatar'), y porque los monstruos, cuanto más se parecen a nosotros, más miedo nos dan. Otra vez será. De momento, que sigan experimentando, con ADN, pero sobre todo con más neuronas.


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30 julio 2010

Las caras de Robert De Niro en 'Taxi driver' (1976)

por JOAN PAU INAREJOS 
Nota: 8
Martin Scorsese nos ha deslumbrado en 2010 con la barroca introspección en la locura de 'Shutter Island', pero tres décadas antes hizo algo más osado y terrenal: filmar los sueños de pureza del fascismo por la vía de un taxista traumatizado en Vietnam. Estamos en Nueva York y esto es 'Taxi driver' (1976). 

el taxista novel. Con muchísimos quilos menos, pero con su misma sonrisa zorruna, el gran Robert De Niro absorbe por completo la historia de este sociópata insomne, excombatiente en el infierno americano, que aterriza en los bajos fondos de la megalópolis y se mezcla, muy a su pesar, con legiones de prostitutas, delincuentes, adúlteros y decadentes de todo pelaje. Ya se sabe, el taxímetro obliga, pero Travis Brickle es incapaz de llevarlo con la misma naturalidad tabernaria que sus compañeros de gremio. 

el perturbado. El Leonardo Di Caprio de 'Shutter Island', como el Eduardo Noriega de 'Abre los ojos' y tantos otros, no son más que tipos normales metidos en paranoicas circunstancias: podemos seguir el asombro de estos hombres corrientes y solidarizarnos con su enajenación, porque es el mundo el que está loco y son otros los que mueven los hilos. En cambio, el Robert de Niro de 'Taxi driver' es un verdadero perturbado, y la película, una gran monografía sobre el marginado, sobre el excluído, ese que pasa desapercibido por la calle pero que después se pasa la tarde hablando con el espejo y probando armas secretas enfundadas en su cuerpo para provocar un magnicidio. Como en las novelas naturalistas, Scorsese evita ensalzar y condenar y se limita a poner el foco sobre la cotidianidad de estos personajes oscuros que a menudo sólo conocemos por los titulares de sucesos. 

el héroe. Como un San Jorge o un Quijote del siglo XX, Travis considera que no puede quedarse de brazos cruzados ante la miseria, la explotación y el libertinaje de la Babilonia moderna y decide pasar a la acción. De este modo emprenderá su particular perfomance guerrera, dejándose una puntiaguda cresta y asaltando un sórdido prostíbulo para liberar a su Dulcinea, una jovencísima prostituta interpretada por Jodie Foster (mucho antes de estremecerse con el silencio de los corderos). Bravo por el paisaje después de la batalla que nos regala Scorsese con un soberbio plano cenital. 

el fascista. Con el trasfondo de una sociedad herida por la guerra, con un lenguaje pausado y lleno de difuminados nocturnos, 'Taxi driver' ilustra magistralmente lo que seguramente no olvidan los políticos e historiadores más informados: que el verdadero fascismo nace de abajo. Desde Hitler hasta Le Pen, la tentación autoritaria más peligrosa no viene de ningún despotismo caprichoso ni de ningún abuso de poder, sino de los anhelos de orden y restauración de muchos nacionales que se sienten desclasados o extranjeros en su propia tierra y que buscan una propulsora identidad de superhombre a través del nacionalismo, el fundamentalismo religioso, el moralismo sectario o la xenofobia. La obsesión por la pureza siempre es trágica, y ahí están las ruinas de los Balcanes y el burdel ensangrentado de 'Taxi driver' para demostrarlo. 

(Aún así, como constata el epílogo onírico de la película -difícil de entender a la primera-, el paladín de la limpieza social siempre cree que ha hecho bien y que todos le agradecerán los servicios prestados con elogiosas epístolas y golpecitos en la espalda).

INFO DE LA PELÍCULA EN FILM AFFINITY

Siete cosas que sorprenden de 'Carrie' (1976) vista en 2010


por JOAN PAU INAREJOS 
Nota: 8
1. Que una profesora de gimnasia (la severa y maternal Sra. Collins) fume pitillos en el despacho del director. Viva el fitness.
 
2. Que una película de terror empiece con una escena cuasi erótica de una joven solazándose con su pastilla de jabón en la ducha. De este modo, el director Brian de Palma nos prepara hábilmente para el estallido de tensión (las compañeras se burlarán de la menstruación de la muchacha), pero para encontrar actualmente semejantes detenimientos morbosos (y casi paródicos), habría que acudir a la estantería de arriba del videoclub. Ahí, ahí.

3.  Que haya una increíble sucesión de bofetones: madre contra hija en el hogar, profesora contra alumna en el instituto, maromo contra chica en el coche. Pam, pam, pam. Curiosamente, el cine cada vez es más violento y genocida, pero, en cambio, esa naturalidad con que volaban los cachetes, por alguna razón, hoy nos escandalizaría. 

4.  Que el baile de fin de curso sea la máxima aspiración de cierta juventud estadounidense. Que hagan como los españoles, que aspiran al botellón y el vestido no sale tan caro. 

5. Que la figura de un mártir en casa de Carrie parezca un cruce de Pumuky y José Mercé. Suerte que la madre (ella sí, iconofreakismos a parte) provoca verdaderos escalofríos con su locura fundamentalista, y además queda grabada en la retina con su brillante estampa final, asaetada como los mártires en el mismísimo salón de su casa.

6. Que se muestren con naturalidad una serie de desnudos femeninos imperfectos (es decir, normales). Hoy sólo abundan dos posibilidades en el cine comercial: a) la actriz está cañón y/o recauchutada y cobra una millonada de escándalo por exhibir su frutería; b) la actriz está normalita y/o recauchutada a medias y opta por subcontratar el culo a una doble de pieles más tersas. Y  así seguirá hasta que venga un Caravaggio del cine de masas a pintar las gentes tal como son. 

7.  Y ya poniéndonos más serios, si algo sorprende de una película de terror como sin duda es 'Carrie', es que Brian de Palma tenga la paciencia, el buen gusto y la deliciosa sangre fría de mostrar sus cartas al final de la historia, en una breve e intensa ópera de terror donde la cándida dancing queen se convierte súbitamente en una  enrojecida máquina de matar (archifamosa sangre porcina mediante), en devastadora venganza contra los compañeros que se mofan de ella. Hoy el terror palomitero es mucho más ansioso y no está para dosificaciones, esteticismos ni crescendos que valgan. Dicho con dos rombos: que si el terror de los 70 practicaba sexo tántrico, hoy el género reincide en la eyaculación precoz (aunque sea de sangre, y mil perdones por la metáfora).

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23 julio 2010

'Toy story 3': ¡Oooooooooh!

ATENCIÓN: La crítica contiene pequeños detalles del argumento
 
LA PELÍCULA EN LA MEJOR WEB DE CINE: LA BUTACA
por JOAN PAU INAREJOS 

Nota: 8,5
¡Oooooooooh! Es lo que decían los marcianos en 1995 cuando vieron a Buzz Lightyear irrumpiendo en su máquina expendedora cual Neil Armstrong en plena odisea lunar. Y el mismo grito exclamado sirve, 15 años después, para ponernos a los pies de los genios de Pixar y de esta saga del celuloide cuyo nombre ya está grabado a fuego en nuestro imaginario: Toy Story.

En esta última entrega, Woody, Buzz, Slinky, Rex, el Sr. Patata, el Cerdo y el resto de juguetes existencialistas siguen angustiados por el abandono, y más aún: por la idea terrible de ir a la basura con la marcha a la universidad de su dueño Andy, que ya se ha hecho mayor y deja atrás el microcosmos de su habitación. De todas las toy stories, ésta es sin duda la más adulta y trascendente, hasta se diría que metafísica, con unas criaturas de plástico siempre con la muerte en los talones. Que baje Sartre y lo vea.

En su afán por sobrevivir, el comando juguete llegará hasta una guardería, una nueva Tierra Prometida infantil donde los magos de Pixar vuelven a desplegar con creces sus deslumbrantes ingenios visuales, con iluminaciones matizadas y bellísimas, perfeccionadas texturas de plástico y de peluche, (como ese oso rosa llamado Lotso Abracitos, de carismática verosimilitud), y ¡por fin! con rostros humanos que empiezan a vivir y a ser creíbles (comparad el Andy de la primera y la tercera entrega y veréis lo que va de un muñeco de la Nintendo a un personaje casi de carne y hueso).

Además, el guateque final de Toy Story reserva nuevos personajes y gags visuales desternillantes: ahí está la relamida pareja de Barbie y Ken, celebrando sus amores de plástico con pijo narcisismo (impagable la escena del divo de Mattel pidiendo clemencia mientras destruyen su fondo de armario); aún más antológicas las correrías del Sr. Patata, que se ve obligado a deconstruir su propio cuerpo y encarnarse en una tortita (ese cuerpo blandengue caminando zopencamente es una pequeña perla de animación, nadie debería perdérsela); y como colofón, un Buzz Lightyear reprogramado que empezará a hablar en andaluz y a cortejar a la vaquera con ademanes toreros (puro disparate para reír a mandíbula batiente).

La última aventura de Woody y Buzz viene repleta de giros narrativos, de recovecos dramáticos y buenos que no lo son tanto, y he aquí que la gran evasión de los juguetes llegará hasta la última frontera, hasta las puertas de la mismísima muerte, en una escena emocionante y casi insólita en la historia del cine familiar, en que los condenados unen sus manos y aceptan su final con solidaria valentía. Con Pixar todo es posible, e incluso se diría que caben lecturas de carácter teológico ante ese oso ateo, herido por el resentimiento, que huye del infierno mientras lanza su trágico interrogante: "¿Dónde está ahora tu niño?" (es decir: "¿dónde está tu Dios?").

Como un tratado filósófico en tres dimensiones, 'Toy Story 3' habla de vida y muerte, de crecimiento y de despedidas, de desencanto y, por encima de todo, de esperanza. Y lo hace con fabulosos ropajes digitales, con una estética que rescata simultáneamente la poesía visual, el slapstick mudo y el glorioso cine de aventuras de los años ochenta y noventa: por qué será que algunas poses de Woody recuerdan irresistiblemente a Indiana Jones...

Quizá el epílogo se dilata demasiado con su edulcorado soufflé, pero le perdonamos absolutamente todo a esta trilogía que ha convertido los juguetes en antihéroes inolvidables. Y puestos a jugar, juguemos a un final alternativo: ¿Y si Woody hubera movido la mano para despedirse de Andy? El joven siempre habría podido pensar que era un espejismo, una ilusión movida por la nostalgia, porque los juguetes, como sabe todo el mundo, duermen silenciosamente el sueño de los justos mientras no estamos en el cuarto. ¿Verdad?

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ATENCIÓN: La crítica contiene pequeños detalles del argumento 

22 julio 2010

'Lluvia de albóndigas': gastroinventiva sin límites

LA PELÍCULA EN LA MEJOR WEB DE CINE: LA BUTACA
por JOAN PAU INAREJOS 

Nota: 7,5
A veces nos perdemos pidiéndole a la animación que nos sacuda con guiones rompedores, con ironías adultas, con testosterona digital, y a menudo olvidamos algo fundamental: que inventen cosas. Que inventen ellos, pero de verdad, por enfatizar a Unamuno. Y ahí, en el propósito de sacar incesantes conejos de la chistera, tiene la partida ganada una pequeña locura (o gran frikada) llamada 'Lluvia de albóndigas', con la marca, sorprendentemente, de un gigante comercial como la Sony.

¿No está la animación para permitirlo todo? ¿No es nuestra válvula para lo imposible o lo esperpéntico? Pues ahí está Flint, un inventor chiflado, un joven ingeniero incomprendido, que un buen día concibe, ni más ni menos, un sistema ¡para que llueva comida!. Como el café de Juan Luis Guerra, pero a lo bestia: hamburguesas, pasteles, helados, albóndigas, filetes, macarrones, cualquier comestible puede venir del firmamento en caída libre y de paso resucitar la economía hundida de una pequeña población pesquera (ni el Plan Marshall, vamos).

La copiosa 'Lluvia' de los amigos de Sony tiene dos grandes bazas a su favor. Primero, la tronchante parodia que consigue dibujar en torno al consumismo norteamericano, casi como un correlato animado de las investigaciones made in Michael Moore. Para esta América profunda, lo más parecido al paraíso es una brutal tormenta de grasas, proteínas y glucosas en dosis industriales, y el mayor regocijo (tan ingenuo e infantil como salvajemente capitalista) consiste en hozar entre la materia orgánica y dormir el soberano empacho sobre tronos de deshechos; tanta gula tendrá su castigo, de modo que la lluvia alimenticia se convertirá -nada por aquí, nada por allá- en una inesperada monster movie, donde los donuts y los perritos calientes ejercen de Godzilla y King Kong.

Y la segunda gran baza son las espectaculares creaciones visuales que consiguen los directores Phil Lord y Cristopher Miller para dar veracidad a sus meteoritos comestibles. Entre todas las sensacionales texturas y gradaciones cromáticas de 'Lluvia de albóndigas' (incluída una Gran Albóndiga generatriz, monstruosa como la nave de Alien), entre tanta ingeniofagia (toma palabro), sin duda merece un lugar honorífico el castillo de gelatina donde Flint invita a su amada. Este palacio de color meloso y superficies blandas es un conmovedor homenaje a la fantasía infantil, con esas paredes que se pueden atravesar de golpe, esas piscinas donde uno se puede dar un chapuzón a riesgo de quedarse atrapado como una mosca, o ese guiño genial de recrear al David de Michelangelo o a la Venus de Milo en sus versiones de gelatina-pop, tan decorativos como sabrosamente engullibles.

Todo el largometraje se beneficia de este aire refrescante de gran parodia, rematada con personajes desternillantes en su jocosidad sin complejos: léase un alcalde populista que multiplica su peso por cien hasta convertirse en un mega-globo a bordo del taca-taca, o un joven engreído que encuentra su misión enfundándonse en el cuerpo de un enorme pollo a l'ast. Aun con sus tics imitativos (amor de flechazo, joven incomprendido y luego laureado, final feliz reparador, verborrea pseudo-graciosa al estilo DreamWorks, etc), y sin ser ni aspirar a ser ninguna obra maestra, 'Lluvia de albóndigas' enseña a tantos animadores despistados lo locos que podrían llegar a volverse (si quisieran).


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19 julio 2010

'Gainsbourg': biografía estupefaciente

LA PELÍCULA EN LA MEJOR WEB DE CINE: LA BUTACA
por JOAN PAU INAREJOS 

Nota: 7
Buena noticia: la biografía cinematográfica (o biopic) también puede ser un género creativo, e incluso divertido. Para muestra, este homenaje a la figura de Serge Gainsbourg, músico, actor y director francés que tiene en su haber la composición de una de las piezas más eróticas de orbe sonoro: el Je t'aime... moi non plus junto a su musa y pareja Jane Birkin, ambos mitos de la Europa liberada de los años 60.

De cómo Lucien Ginsburg, un chiquillo ruso-judío de familia recatada, se convierte en un trovador de la sensualidad gabacha llamado Serge Gainsbourg, nos da cuenta esta 'Vida de un héroe', como reza el acertado subtítulo (sin duda hay que ser un héroe para ser tan feo y triunfarse a todos los sex symbols de la época, pero Woody Allen ya nos tiene acostumbrados a proezas de este tipo en su mundo de ficción).

El relato comienza en la  Francia ocupada de la Segunda Guerra Mundial, y cuando ya proferimos un sonoro ¡Buf! esperando el consabido desfile de estereotipos cinematográficos sobre la época, el director Joann Sfar nos deja con un palmo de narices (nunca mejor dicho, por la resaltada condición nariguda del personaje) y se permite abordar los traumas del nazismo con humor ácido y burbujeante. Todo un hallazgo ese cartel antisemita, con un un judío cabezón y monstruoso, que acaba saltando a la vida real como incómoda sombra del pequeño Lucien. 

También hay que aplaudir fervientemente la irrupción de ese demonio espigado de gran narizota, que actúa como la voz de la conciencia (o de la inconsciencia), siguiendo todos los pasos de Serge, despertándolo a media noche ("Cariño, no te metas, estoy hablando con mi jeta") e incluso llevándolo a vuelo por un París surrealista y guiñolesco, para consumar una sugestiva cita con Juliette Gréco. No le faltan a 'Gainsbourg' sus momentos de descojonante comedia teatral, como esa Brigitte Bardot (encarnada por Laetitia Casta) que se lanza emocionada en brazos de su suegro, bajo la atenta mirada de la señora de la casa.

El problema de esta biografía estupefaciente, brillante y subjetiva, olímpicamente ignorante de las convenciones comerciales, es que se adormila excesivamente en sus recreaciones estéticas, y en su ensoñada clara de huevo, es incapaz de romper la cáscara en pos del nervio narrativo; hay demasiada celebración del genio excéntrico y muy poca gimnasia dramática. Y ya que estamos con las metáforas, el resultado se asemeja a una degustación nocturna de cervezas: uno llega al final bostezando más que brincando.

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'María y yo': viñetas desconcertantes

LA PELÍCULA EN LA MEJOR WEB DE CINE: LA BUTACA
por JOAN PAU INAREJOS 

Nota: 6
He aquí una aventura del genial Miguel Gallardo. El dibujante, a quien muchos tenemos el placer de seguir en sus gráciles ilustraciones publicadas en la prensa, ha abandonado momentáneamente la actualidad y los personajes de ficción y, esta vez, sus líneas resquebrajadas, sus expresivos perfiles humanos trazados sobre campos de color, se han mudado al terreno siempre resbaladizo de la autobiografía. O mejor dicho, de la filiografía, porque en eso consiste este cómic transformado ahora en documental: en un homenaje, estético y personalísimo, a su hija Maria, aquejada de autismo.

Sin filtros ni artificios, cosa que se agradece, la película nos permite seguir los pasos del padre y la hija durante un viaje turístico a Gran Canaria, y, paradójicamente, consigue sus mayores logros con los destellos de ficcionalización: por momentos, las imágenes documentales se tornan chispeantes dibujos animados made in Gallardo -¡bravo!-, de modo que veremos a una Maria de tinta dentro del avión, ensimismada con las motas de polvo, cual fascinantes constelaciones, o un original repaso biográfico a través de los bocetos de una libreta.

Este viaje visual al autismo nos deja también imágenes de certera simplicidad: ahí está el fotograma de la adolescente absorta con la arena de la playa, ante la comprensiva mirada de su padre; el reguero constante de trocitos de papel, esa fragmentación permanente que sirve a Maria para hallar un orden cósmico; o las conversaciones aparentemente absurdas, donde la joven recompone los datos de la memoria a través de una sucesión interminable (e hilarante) de nombres propios...

No nay ninguna duda de que Miguel Gallardo y Félix Fernández de Castro, el director, han pergeñado algo original y sugestivo. Pero, tras un cómo reluciente, el qué del asunto se nos escapa inexorablemente de las manos. Si se trata de hacer una aproximación creativa al autismo, con ánimo pedagógico y sensibilizador, sus autores tienen los papeles en regla. Pero 'Maria y yo' no puede ocultar su mirada afectiva y familiar, la triple condición de Gallardo como padre, creador visual y testimonio documental. Son ellos quienes nos abren sus puertas, así que los espectadores nos quedamos con la margarita en la manos, preguntándonos si debemos deleitarnos con la obra de arte o bien encariñarnos con la entrañable Maria, real hasta la médula por mucha viñeta que amenice su biografía. Con cara de no sé que lo que me han contado.


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13 julio 2010

¿La pintura ha muerto?

MIQUEL BARCELÓ
 "Siempre oigo que la pintura muere, pero es como Drácula: muere y resucita"

Ya me parece bien que la pintura no esté de moda, así no nos tocan tanto las pelotas. Desde que tengo uso de razón, oigo eso de que la pintura se muere. Pero es como Drácula, muere y resucita. Yo era muy fan de niño de Drácula, y cuando moría lo pasaba fatal, pero siempre le caía una gota de sangre que le daba la vida. La pintura es igual, la dan por muerta pero siempre resucita. Si la pintura estuviera siempre de moda, como lo estuvo en los años 80, sería insoportable.

MIQUEL BARCELÓ entrevistado por Teresa Sesé en el 'Magazine' de 'La Vanguardia', 4 julio 2010 / foto: Cúpula de la ONU en Ginebra