26 julio 2005

La filosofía pintada

¿Hay un aire de familia entre las ideas y las imágenes de una época? ¿Traducen los pintores los estados de ánimo de los filósofos, los mapas mentales de los científicos? Veamos qué aspecto tienen las cosmologías pictóricas del siglo XVII.

Descartes y Poussin. René Descartes funda el racionalismo a partir de una intuición primigenia: ‘pienso, luego existo’. A grandes trazos, su definición de la naturaleza se basa en un nítido dualismo entre alma-pensamiento (res cogitans) y cuerpo-materia (res extensa), dualismo coronado por la sustancia divina (res infinita). No hay interferencia entre las sustancias, y el movimiento se interpreta según el modelo de la máquina. La misma nitidez de sustancias la encontramos en la rama clasicista del barroco, corriente de fuerte implantación en Francia que encabeza Nicholas Poussin. Caracteriza su estilo la definición de cuerpos pesantes, herederos de la escultura griega, colocados teatralmente en el paisaje. El clasicismo se consagra con Rafael y privilegia la línea y el volumen en composiciones de clara vocación antropocéntrica. El ser humano protagonista en los cuadros de Poussin es el mismo ‘hombre pensante’ protagonista del cartesianismo. En la pintura de Poussin y la filosofía de Descartes, la razón humana es la fuerza estructuradora del paisaje.



Leibniz y Rubens. Gottfried Wilhelm Leibniz ofrece otra visión del racionalismo: ya no de cuño mecanicista sino organicista. En vez de definir grandes sustancias a la manera de los axiomas matemáticos, el filósofo alemán supone la existencia de muchas partículas o centros de fuerza que llama ‘mónadas’. Las mónadas no son simples porciones de la realidad, sino que reflejan en su seno la imagen del cosmos que las contiene. Contra el estatismo cartesiano, el universo de Leibniz de rige según la multiplicidad dinámica y la analogía festiva. La corriente pictoricista del barroco prefiere el color a la línea y el movimiento al reposo. Ante las composiciones del flamenco Rubens observamos una profusión de personajes de naturaleza variopinta (diosas, sátiros, príncipes) que llenan la tela a modo de un enjambre agitado. El colorismo pastoso de estas escenas parece la plasmación del flujo energético de las mónadas, entrelazadas e inestables como los dioses paganos.

Spinoza y Vermeer. La tercera gran metafísica del racionalismo lleva la firma de un judío holandés, Baruch Spinoza. Para superar los escollos y malentendidos que conlleva identificar sustancias, el filósofo opta por reducirlas a una sola: Dios. Así, Spinoza se adscribe al panteísmo o ecuación Dios-naturaleza, la doctrina que había costado la vida al italiano Giordano Bruno y que hizo las delicias de los poetas renacentistas. Pero frente a los panteísmos románticos, el sistema de Spinoza se distingue por su carácter simplificador y austero. El ser divino no se manifiesta como sublimidad o revelación, sino en la quietud del paisaje holandés y en el ritmo sencillo de las ciudades burguesas. Un aire de fría y transparente simplicidad que refleja como nadie el pintor de Delft, Jan Vermeer. En los paisajes de su ciudad natal y en los magníficos interiores domésticos, Vermeer sabe evocar una unidad atmosférica sutil, un flujo temporal que lo abraza todo sin privilegiar nada, del mismo modo que en el panteísmo spinoziano no caben jerarquías. Los claroscuros se borran donde judíos y cristianos, siervos y comerciantes, costureras y armeros participan de la misma sustancia divina. Bajo el signo nórdico de la tolerancia.

Joan Pau INAREJOS / fotos: POUSSIN, 'Et in arcadia ego', RUBENS, 'La caza del hipopótamo', VERMEER, 'Vista de Delft'

25 julio 2005

Rarezas iconográficas: la Eva-serpiente




















Esta es una de las imágenes de Eva más insólitas que nos ha legado el arte medieval. Se halla en una de las puertas del transepto del templo románico de San Lorenzo de Autun (Francia). Tras caer en la tentación, la mujer se ha mimetizado con la serpiente y ha tomado su forma ondulante, arrastrándose como un reptil.

24 julio 2005

Bautismos



















Piero DELLA FRANCESCA / Sandro BOTTICELLI
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Entrevista amb Mozart


Se t'exigeix aprendre a riure. Has d'aconseguir captar l'humor de la vida, l'humor negre d'aquesta vida. Però naturalment estàs disposat a tot, en aquest món, llevat d'allò que realment se t'exigeix! Estàs disposat a apunyalar noies, estàs disposat a deixar-te executar amb tota solemnitat i estaries, segurament, també disposat a martiritzar-te i flagel·lar-te durant cent anys. Oi que sí?

Oh, sí, de tot cor.

Evidentment! Podem comptar amb tu, el magnànim, per a totes les cerimònies estúpides i mancades d'humor, per a qualsevol cosa patètica i mancada de gràcia! Amb mi, però, no hi comptis, no dono ni cinc cèntims per totes les teves penitències romàntiques. Vols que t'executin, que et tallin el cap, ets una fera! Per aconseguir aquest ideal idiota, ets capaç de cometre deu assassinats més. Covard, vols morir en comptes de viure. Dimoni, però sí precisament has de viure! Bé que t'ho mereixeries de ser condemnat a la pena més gran.

I quina pena seria aquesta?

Per exemple, podríem ressuscitar la noia i obligar-te a casar-t'hi.

A tant no hi estic disposat. Seria una desgràcia.

Com si no fos prou desgràcia tot el que has fet fins ara! Però ara s'ha d'acabar tot això del patetisme i dels assassinats. Sigues raonable d'una vegada! Has de viure i aprendre a viure. Has d'aprendre a escoltar la maleïda música de la ràdio de la vida, a respectar-ne l'esperit, i a riure't de la seva gresca. I prou, ningú no t'exigeix res més.

I si digués que no? I si, senyor Mozart, li negués el dret a disposar del llop estepari i a intervenir en el seu destí?

En aquest cas et suggeriria que et fumessis una altra de les meves cigarretes.

Hermann Hesse, El llop estepari, 217

Y Frankl dijo: dame un imán


El sentido no se inventa: frente a Sartre, afirma Frankl que la persona no se inventa a sí ex nihilo, sino a partir de un sentido que descubre. El sentido, por tanto, es algo objetivo que invita a ser realizado. Es una posibilidad que resalta como valiosa.

No es la finalidad del ser humano la de sobrevivir sino la de orientarse hacia su plenitud. ¿Cómo? Mediante la realización de valores. Por tanto, la persona está orientada hacia algo que no es ella misma, sino que la trasciende: un horizonte de valores.

El descubrimiento de este sentido y estos valores unifica la vida, la integra, “es como cuando ponemos un imán debajo de un montón de limaduras de hierro y éstas se ordenan instantáneamente. Pero los valores no se perciben sino bajo la invitación a su realización. Por eso afirma Frankl que “no podemos enseñar valores: debemos vivir valores”. Al igual que en Scheler, los valores no se enseñan sino que se muestran en la persona que los encarna. El testimonio y la presencia del maestro, o del terapeuta, o del amigo, es el que, por empatía, puede despertar la estimación del valor en otro.

Ante el sentido existencial “no se responde con palabras, sino con acciones responsables”. Ante el problema de la existencia “no contestamos con palabras, sino que toda nuestra existencia es nuestra respuesta”.

"Quien tiene un porqué para vivir puede soportar cualquier cómo". "Al homo sapiens contraponemos el homo patiens. Al imperativo 'saperem aude', salimos al paso con el 'pati aude': osa sufrir". Encontrar un sentido en el sufrimiento hace a la persona capaz de crecer y vivir con aquel. Cuando no se percibe este sentido, aún las más pequeñas dificultades se hacen insoportables. ´

Y esto no es una teoría o una ideología, sino una experiencia existencial del propio Frankl. Así lo experimentó él mismo en Auschwitz: las personas con más capacidades de sobrevivir no eran las más fuertes físicamente, sino las que contaban con una clara orientación existencial, con un 'por qué' por el que vivir.

Xosé Manuel DOMÍNGUEZ PRIETO hablando sobre la psicología humanista de Viktor FRANKL, en 'Personalismo terapéutico', 81 (2005)

Más Frankl: la noodinámica


Frente a las propuestas existencialistas, no acepta Frankl que la Autorrealización sea el valor supremo, ni el fin último de la existencia humana. En realidad, la realización de la persona no es meta sino consecuencia: “el hombre, en último término, puede realizarse sólo en la medida en que logra la plenitud de un sentido en el mundo”. Y es que para Frankl, el dinamismo esencial de la persona, su fuerza primaria, es la voluntad de sentido.

Con la expresión ‘voluntad de sentido’ está Frankl posicionándose explícitamente frente a la voluntad de poder (de Nietzsche o de Adler) y a la voluntad de placer (el principio de placer de Freud) como motores últimos del comportamiento humano. Si la persona busca directamente su realización, está llamada al fracaso. La vida humana no consiste en realizar meras posibilidades en tanto que posibilidades, sino en realizar posibilidades en cuanto valiosas.

“Lo que el ser humano quiere realmente no es la felicidad en sí, sino un fundamento para ser feliz”. La felicidad, igual que el placer, son esquivos si se procuran por sí mismos, dando lugar a diversas neurosis. Cuanto más se procura el placer más se diluye. La clave de la felicidad está, por tanto, en no buscarla por sí, en no buscarse a sí como meta, sino en vivir hacia algo o alguien con olvido de sí. La vida sólo se vuelve sobre sí cuando ha fracasado la búsqueda de sentido.

En conclusión: el dinamismo más profundo del ser humano no es el placer, ni el poder, ni la felicidad, sino el deseo de sentido. El deseo de placer y el deseo de poder como fin existencial sólo se imponen cuando se ha frustrado el deseo de sentido. Y ese deseo implica no sólo abrirse al encuentro de sentido, sino abrirse también al encuentro de aquel con quien vivir ese sentido.

Xosé Manuel DOMÍNGUEZ PRIETO hablando sobre la psicología humanista de Viktor FRANKL, en 'Personalismo terapéutico', 74 (2005)

Frankl contra Freud (y 2)


La persona no es libre 'frente' o 'contra' unos impulsos, sino 'sobre' ellos. Libertad, o voluntad libre, es la capacidad de disponer de los propios impulsos. Los impulsos y tendencias son la fuerza del psiquismo, su energía, pero siempre son materia que debe ser conformada. En este sentido el Yo no es un títere del Ello, sino que el Ello siempre lo es de un Yo, que es quien tiene la fuerza.

Y cuando la persona, de hecho, se ve arrastrada por diversas tendencias externas o internas, es porque así lo ha decidido. Libertad significa capacidad de disponer sobre las tendencias para organizarlas, negarlas, afirmarlas e, incluso, para dejarse arrastrar por ellas. La persona puede ‘abdicar’ libremente de su libertad.

Frente al automatismo de concepciones psicológicas como la de Freud, Frankl asegura que la persona está llamada a ser autonomía. Es autonomía a pesar de la dependencia. La persona ‘tiene’ tendencias biológicas y psíquicas pero no se reduce a ser un haz de tendencias o impulsos. La persona puede ser dueña de ellos, adoptar ante ellos un comportamiento. Al igual que Scheler, también afirma Frankl que la persona es el ser capaz de decir ‘no’.

Para Frankl, “cuanto más vivo es el sentido de responsabilidad de un hombre, tanto más fuertemente está inmunizado contra la neurosis, el vacío existencial. Precisamente el neurótico es aquel que elude su responsabilidad, que se desentiende de su vida y se abandona a lo que juzga inevitable. La persona inmadura o el neurótico, para autojustificarse, niega su responsabilidad, lo que es una manera de negar su libertad.

“Por ese motivo se disculpa aduciendo variados argumentos: esconde su libertad tras supuestos determinismos del medio ambiente, del mundo interior o de la convivencia con los otros seres humanos”. De este modo, quien niega su responsabilidad ante su vida, cae en el fatalismo que se manifiesta en forma de conformismo.


Xosé Manuel DOMÍNGUEZ PRIETO hablando sobre la psicología humanista de Viktor FRANKL, en 'Personalismo terapéutico', 69 (2005)

16 julio 2005

Frankl contra Freud


El ser humano, en realidad, no huye de las tensiones sino que las necesita para crecer y, precisamente, la ausencia de tensión es lo que le neurotiza y destruye. ¿Cómo lograr esa tensión? Desde el compromiso con el horizonte aixológico descubierto en el sentido existencial, es decir, desde tareas, situaciones y encuentros que sean valiosas. Desde aquí la persona es capaz de enfrentarse creativamente a las dificultades.

Dice Viktor Frankl: "Considero un concepto falso y peligroso para la higiene mental dar por supuesto que lo que el hombre necesita ante todo es equilibrio o, como se denomina en biología, 'homeostasis'. Es decir, un estado sin tensiones. Lo que el hombre realmente necesita no es vivir sin tensiones, sino esforzarse y luchar por una meta que le merezca la pena. Lo que precisa no es eliminar la tensión a toda costa, sino sentir la llamada de un sentido potencial que está esperando a que él lo cumpla. De una manera semejante a como lo formulan muchos existencialistas y personalistas, para Frankl, desde su sentido existencial, la persona opta entre posibilidades. En esas posibilidades no sólo elige opciones, sino que se elige a sí mismo, su propia figura.

La persona es constitutivamente llamada. Y su responsabilidad es la respuesta. Esta llamada es, en general, una llamada desde un sentido. Y es que la persona, según Frankl, no es su propio fin, sino que su propia vida es llamada a realizar un sentido que descubre en él pero que le trasciende: "El hombre apunta por encima de sí mismo hacia algo que no es él mismo, hacia algo o hacia alguien".

Xosé Manuel DOMÍNGUEZ PRIETO hablando sobre la psicología humanista de Viktor FRANKL, en 'Personalismo terapéutico', 54 (2005)
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07 julio 2005

Tele-caridad


La era moralista era disyuntiva, la era posmoralista es conjuntiva, reconcilia el oropel y el corazón, los decibelios y el ideal, el placer y la buena intención. Ya no se trata de inspirar el sentido austero y exigente del deber, sino de sensibilizar, distraer, movilizar al público. Nada debe estropear la felicidad consumista del ciudadano-telespectador. Hasta el desamparo se ha convertido en ocasión de entertainment. A través de la reviviscencia caritativa, la que se afirma es la cultura hedonista de masas, la caridad-business no expresa la rehabilitación de la buena vieja moral sino su disolución posmoralista. Hemos ganado el derecho individualista a vivir sin sufrir el aburrimiento de los sermones, todos los focos sobre el espectáculo de las variedades y los desheredados, risas y lágrimas, hasta la moral debe ser una fiesta.

La tele-caridad es inseparable de la excitación que procura la grandeza de los buenos sentimientos y el suspense de los tanteos. 'Olimpiada de la beneficiencia', 'maratón del corazón': hay algo de competición en estos nuevos shows filantrópicos que vibran a la espera de los récords, de la curiosidad de las realizaciones humanitarias, de la efervescencia de las acciones continuadas.

El maximalismo del deber ha sido reemplazado por el hiperbolismo de las movilizaciones y récords en cifras. El público de los shows de caridad no está cautivado por la moralidad en sí misma sino por la espiral de gestos del corazón, el espectáculo del trofeo de las donaciones, la excepcional diversidad y condensación de las personalidades generosas de sí mismas, el atletismo del compromiso de todos.


Gilles Lipovetski, El crepúsculo del deber, 136

03 julio 2005

De calidad, por favor


La fidelidad reivindicada
en nuestros días ha perdido toda dimensión de incondicionalidad. Lo que se valora no es la fidelidad en sí, sino la fidelidad durante el tiempo que se ama. No se trata de reviviscencia de la fidelidad burguesa cuyo objetivo era la perpetuación del orden familiar: nunca ha habido tantos divorcios, tanto reconocimiento al derecho de la separación de los esposos. El plebiscito contemporáneo de la fidelidad no tiene nada que ver con una exigencia virtuosa, traduce antes que nada la aspiración individualista al amor auténtico sin mentira ni ‘mediocridad’. Sí a la fidelidad pero sólo como apéndice o correlato natural del amor.

A través de la fidelidad se sacraliza la calidad de vida y de lo relacional, allí donde la persona no es manipulada, traicionada, considerada como un juguete. La fidelidad se coloca en la actualidad del lado de la búsqueda intensiva de los afectos, no de la solemnidad de los juramentos: el individualismo cualitativo ha reemplazado al individualismo cuantitativo del ‘mariposeo’. Deseamos más la ‘calidad total’ de las relaciones íntimas que la libertad, que ya tenemos. Y en la actualidad la excelencia relacional significa autenticidad en los afectos, respeto a la persona, compromiso completo de los seres, aunque sea para un tiempo determinado: todo, pero no siempre.


Gilles Lipovetski, El crepúsculo del deber, 69

El sentido miniaturizado


Paradoja: cuanto más se absorbe Narciso en sí mismo, más sueña con una larga vida a dos. En el reconocimiento social de la fidelidad hay, en efecto, la angustia, la sinrazón de las aventuras sin mañana, del vacío de la repetición de los amores fugitivos. La época del consumo no deja de afanarse en la erradicación de lo que podrían ser ‘goces improductivos’: todas las energías deben ser funcionalizadas, capitalizadas, optimizadazas, hay que higienizar, responsabilizar, mantenerse joven y en forma. La ofensiva contra la ‘parte maldita’ continúa su camino. Ya no se cree en los grandes objetivos de la historia, se desea la funcional y la ‘razón’ privada. La espiral del individualismo no equivale a un desenfreno de los cuerpos sino a los placeres constructivos, a una búsqueda de sentido miniaturizado.


Gilles Lipovetski, El crepúsculo del deber, 70

No sex


El rechazo del sexo
que, aquí y allá, se reivindica a veces a título de nueva moral debe ser interpretado como una manifestación de la cultura del posdeber. De qué se trata, en efecto, sino de no depender del otro, de protegerse contra los riesgos del sida, de desear ser deseado sin comprometerse íntimamente: lo que en otro momento era una obligación moral ahora no es más que una elección individual intermitente, una higiene en ‘kit’, un culto narcisista. La ‘nueva castidad’ no tiene significación virtuosa, ya no es un deber obligatorio dominado por la idea de respeto en sí de la persona humana, sino una autorregulación guiada por el amor y la religión del ego.

Ethos de autosuficiencia y de autoprotección característico de una época en la que el otro es más un peligro o una molestia que una potencia atractiva, donde la prioridad es la gestión con éxito de uno mismo. El ‘no sex’ ilustra el proceso de desocialización y de autoabsorción individualista, no la reviviscencia de los deberes hacia uno mismo. Tras la huella de la relativización del referente libidinal, la dinámica narcisista prosigue su camino para lo mejor y para lo peor. Nos encontramos en una sociedad sin tabú opresivo pero ‘clean’, libre pero apagada, tolerante pero ordenada, virtualmente abierta pero cerrada en el yo.


Gilles Lipovetski, El crepúsculo del deber, 73